Excursión a Isla Saona y Palmilla

La excursión a Isla Saona es prácticamente visita obligada para todo turista que pase unos días en Punta Cana. Tanto los operadores turísticos como los «agentes» de playa ofrecen esta excursión hasta la saciedad, así que no podía dejar de ir. Sin embargo, me llevé una gran desilusión, en parte porque el día amaneció nublado (incluso llovió en algún momento), y en parte porque el día anterior había ido a Isla Catalina y Chavón, que me encantó.

Contratamos la excursión con nuestro operador de tierra, Club Caribe, en el mismo hotel. Tenían dos excursiones, ambas de día completo: la «normal» (80€, que fue la que hicimos) y la «jet set» (150€); la diferencia estaba en la calidad: en la jet set la comida incluye langosta y champán, camas balinesas como tumbonas de playa, y catamarán más lujoso, con piscina.

Un autobús vino a recogernos a las 7.30h de la mañana y emprendimos viaje hacia Bayahibe (unas 2,5h de trayecto), un pequeño pueblo de pescadores situado a unos 20 minutos de La Romana que forma parte del Parque Nacional del Este. El embarcadero de Bayahibe está repleto de lanchas y catamaranes, pues es el lugar de donde parten todas las excursiones hacia las islas Saona y Catalina, por lo que allí se concentran todos los autobuses cargados con gran cantidad de turistas, procedentes de los diferentes hoteles de Punta Cana y alrededores. Una vez allí distribuyen a la gente de los distintos autobuses, en función de la disponibilidad de las embarcaciones, ya que la ida se hace en catamarán y la vuelta en lancha rápida (o viceversa).


Unas pequeñas lanchas nos alejaron de la orilla para que pudiéramos embarcar en un catamarán, donde haríamos una travesía de unas dos horas hasta llegar a la zona de Palmilla. La tripulación enseguida montó una fiesta: música a todo volumen, bailes, pequeños snacks y bebidas por doquier (el ron, que ellos llamaban «vitamina», no faltó en ningún momento). Teníamos también un sillón de masajes y su masajista, que ofrecía darte un masaje por la espalda por 10 USD.


Primero nos llevaron a Playa Palmilla donde estuvimos unas dos horas y media disfrutando de la playa; allí ya dejamos el catamarán, pues el resto del trayecto lo haríamos en lanchas rápidas. Palmilla es una playa virgen integrante del Parque Nacional del Este, situada justo enfrente de Isla Saona pero pertenece a Bayahibe. La playa es bonita, pero tampoco nada del otro mundo salvo el precioso color de sus aguas, y además tenía varios inconvenientes:
* Todo el fondo del mar estaba cubierto por una gran masa de algas. No eran algas muertas flotando en la orilla, sino que es la vegetación propia de esta reserva natural. En la orilla había múltiples conchas y piedras, además de ¡cristales de botellas! que supongo serían de la juerga de alguna otra excursión. Total, incomodísimo, y yo me bañé con chanclas.
* Hay mucha vegetación, palmeras y manglares principalmente. El problema es que en ellos habitan verdaderas colonias de mosquitos jenjenes, que ¡me abrasaron viva! dejándome unas ronchas muy considerables durante los días siguientes (¡cómo picaban!). Así que llevad un buen repelente de mosquitos con DDT.

Excursión a Isla Saona

Excursión a Isla Saona


Junto a la playa había tumbonas, un bar chiringuito y unas mesas picnic donde comeríamos. La comida malísima: de primero había un pequeño buffet compuesto por ensalada de tomate y pepino, una especie de puré de patata con zanahoria (que supongo pretendería ser ensaladilla rusa), y arroz frito con frijoles negros. De segundo plato hicieron una barbacoa, en la que asaban trozos de pollo y chuletas de cerdo; la carne estaba más que pasada, así que dura como una piedra. Eso sí, el ron seguía desfilando por doquier,así como el baile y la bachata.


Después de comer embarcamos en unas lanchas rápidas rumbo a Isla Saona, pero antes de desembarcar en la playa hicimos una parada intermedia. A unos 400 metros de la costa hay una zona donde tan sólo cubre un metro (por eso lo llaman «piscina natural»), donde bajamos de la lancha para ver y tocar las estrellas de mar. Había pocas, ya que son una auténtica atracción turística, y según nos contaron, están cambiando su hábitat yéndose a aguas un poco más profundas para no ser tan molestadas y toqueteadas por los turistas. Luego desembarcamos en Playa Catuano, en Isla Saona.


Isla Saona, con sus 110 Km2, es la isla más grande del archipiélago dominicano. Forma parte del Parque Nacional del Este, por lo que es una de las reservas ecológicas más importantes del país, en la que habitan multitud de peces de colores, estrellas de mar, tortugas marinas, aves acuáticas. También se caracteriza por sus manglares (bosques húmedos) situados a lo largo de toda la costa, así como por los arrecifes coralinos y por las bonitas playas de fina arena blanca y tranquilas aguas cristalinas, de ese color azul turquesa tan característico del mar Caribe. La isla es un entorno natural protegido, por lo que no hay hoteles ni construcciones; tan sólo hay dos pequeños poblados: Catuano y Mano Juan, con unas pocas casas de madera.


La isla está tan masificada turísticamente que cada operador tiene asignado su trocito de playa. A nosotros nos llevaron a Playa Catuano, donde permanecimos una escasa media hora. La verdad es que menos mal, porque se puso a llover… En la playa había varias hileras de tumbonas, así como varios chiringuitos y mesas de madera, donde otros grupos de turistas habían hecho la parada para comer. Hay también otras construcciones de madera que formaban un mercadillo, en el que vendían pareos, souvenis y cuadros de arte taíno. En mi opinión, todo eso sobraba y desde luego, dista mucho de lo que yo entiendo por una «playa virgen», que es lo que te venden cuando vas a Isla Saona. La sensación que tuve es que te llevan media hora únicamente por decir que has estado allí y para que compres en el mercadillo, pero nada más. Vamos, que no me gustó nada y la playa de El Cortecito me pareció mejor y más bonita que ésta.

La excursión prácticamente había terminado, tan sólo quedaba el viaje de regreso, que hicimos en lancha rápida (unos 40 minutos) hasta Bayahibe, donde tomamos de nuevo el autobús (unas dos horas y media) de regreso a los respectivos hoteles. Como siempre, a medio camino hicimos una parada «técnica» en la consabida tienda de souvenirs «El Museo del Tabaco y el Ron» (a las afueras de Higüey). Por supuesto el guía turístico se lleva una comisión de las compras que realizas, e incluso en la caja cuando vas a pagar te preguntan cuál es su nombre para anotárselo…

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